Columna de Opinión
Por MANUEL CALVO – Renovación Colorada Lista 186 – @renovacion186
Una vez me dijeron que las grandes revoluciones o reformas de la historia se iniciaron en derredor de una taza de café, allegados charlando y discutiendo los cambios necesarios para la humanidad (en los casos de más extremos) o alguna nación que no pedía más demora por las crisis inminentes que muchas veces se profetizaban. En mi caso, no fue un hecho tan transcendental ni fue con un café de por medio, fue mediante mates a la salida de un curso de la facultad de derecho, charlando sobre lo que charlan muchos de mis compañeros estudiantes con los que suelo conversar, política; mientras éramos escuchados por aquellos menos interesados en asuntos gubernamentales o de administración. En ese diálogo surgió una frase que me gustó mucho y que he venido pensando hace tiempo respecto a la descentralización y los distintos estratos de representación de los habitantes (tanto legislativa como ejecutiva): “Europa se hizo de abajo hacia arriba, Uruguay se hizo de arriba hacia bajo”.
La realidad nos dice que es así, mientras que la cultura occidental en Europa surgía con la aparición de las ciudades-estados (y su proclive avance hacía los reinados transformándose en imperios que desembocarían en los modernos estados-naciones), en América nos llegó impuesta por una Europa ya formada a través de sus imperios feudales adoptando las grandes extensiones territoriales como núcleo de relacionamiento civil. La política más importante en toda nuestra historia se hizo en las más elevadas esferas políticas y, en contadas ocasiones, hubo tiempo de penar en los estratos más bajos de la administración. Por eso me resulta casi poético que la Revolución de Mayo y la sucedida caída del imperio tuviera inicio en un Cabildo municipal, al igual que nuestra futura Jura de la Constitución.
Tan es así, que si hacemos un panorama al régimen jurídico, nos vamos a encontrar que recién a principio del siglo pasado, concretamente, en 1917 vemos el indicio de descentralización más importante para la representación de la sociedad (la desaparición de los Jefes políticos designados por el Presidente en cada departamento) y la aparición de la representación en asambleas departamentales (Votadas, esta vez, gracias al sufragio universal, popularmente); en el 34 recién aparece la estructura que se mantiene –casi en su totalidad- actualmente respecto a gobiernos departamentales con las intendencias y la junta departamentales. En el 96 se da otro salto cualitativo, ya que las personas votan en distintos períodos en las elecciones nacionales y departamentales.
Sin embargo, el sustancioso crecimiento demográfico y el cambio de estructuras a nivel económico y de necesidades que brinda la administración pública se vio reflejado poco a poco, a lo largo del siglo pasado, en los venideros problemas que se generan, no a nivel nacional, sino a nivel local; otra vez volvía a ser necesario la descentralización, especialmente para las ciudades del interior que tienen que hacer de contralor al gobierno departamental, al igual que el departamental lo hace con el nacional. Cuando me refiero al contralor, me refiero, especialmente, a la representación ciudadana, derecho republicano por excelencia: ya sea mediante un representante, mediante una asamblea o la representación por uno mismo, ésta siempre tiene que aparecer.
La Ley de Descentralización y Participación Ciudadana (Ley 19.272) juega un rol importante, especialmente para el interior, que hasta antes de eso carecía de otra manera en que los vecinos de los poblados del interior no se vieran obnubilados por la capital departamental y pudieran reclamar un municipio como indica la ley. Así, cada municipio vota un alcalde y cuatro concejales que “gobiernan” los asuntos de su municipio logrando una mejor integridad y acercamiento de la comunidad en su conjunto. Sin embargo, ahora nos encontramos en una situación paradójica, y es que, la iniciativa un municipio en la capital departamental requiere la iniciativa del Intendente y la aprobación de la Junta departamental.
Es decir, de 19 departamentos, sólo 3 tienen municipios en la capital (uno de ellos es redundante, Montevideo), debido a la filosofía del poder que lleva a decir “Yo soy intendente, pero además soy alcalde”, alcalde de la ciudad más importante y poblada del departamento. A todo esto ¿Dónde se encuentra la paradoja que les digo? Veamos el ejemplo con nuestro departamento, la población del Departamento Colonia es de más de 130.000 personas, mientras que Colonia del Sacramento tiene poco más de 25.000. En otras palabras: si el Intendente termina siendo el Alcalde de la capital departamental es porque basa su posición en 105.000 personas que no viven en la ciudad pero lo escogieron indirectamente. Aquí no se tuvo en consideración la mayor importancia que tiene para nosotros, y esto tiene consecuencias políticas muy importantes, ya que podría suceder que un municipio capital tenga una orientación política distinta a la del resto del departamento. La paradoja es que todo parte y culmina en la figura de un Intendente cuando la descentralización termina por no poder aplicarse.
Para terminar querría decir que la administración pública puede ser torpe, y muchas veces parecería mejor sin ella, pero a fin de cuentas estamos ligados por las circunstancias. Las tareas de un municipio podrán parecer simple pero tienen capital importancia, y en el interior, muchas veces, es la que más se siente, ahí lo vemos, conversando con la gente de a pie, en los bares, las plazas, en la fila de algún lugar o en el trabajo; los comentarios afloran. La torpeza no nace del hecho de la administración en sí, sino de las políticas que se aplican, sería como echar las culpas al arco de fútbol que el golero no haya podido atajar una pelota fácil, querer que los municipios desaparezcan es como querer que desaparezca el arco de fútbol, dejando sin objetivo a la política nacional, sus habitantes.