Columna de Opinión
Por Julio María Sanguinetti. Sec. Gral. Partido Colorado
Se cumplen este 31 de marzo los 90 años de la muerte de Baltasar Brum, su dramático suicidio en protesta contra el golpe de Estado de Gabriel Terra. Este gesto heroico, con su abrumadora ejemplaridad, de algún modo ha oscurecido la figura del enorme estadista que fue. Ese sacrificio impar, testimonio máximo del sentido del deber republicano, ha rodeado su figura de un hálito trágico. Fue, sin embargo, en su tiempo, una expresión de juventud y ha relegado la valorización de su figura de estadista. Su impronta fue fundamental en la construcción del Estado que lideró Batlle y Ordóñez, a partir de su sorpresiva irrupción en el escenario nacional, cuando Don Pepe lo trae de Salto para nombrarlo Ministro de Instrucción Pública, debiendo esperar a que cumpliera los necesarios 30 años que aún no tenía. Bueno es que nuestra Convención de mañana le recuerda, cuando, precisamente, reciba a los convencionales jóvenes.
Nacido en el Catalán, en Artigas, su carrera política se había iniciado en el municipio de Salto y Batlle había tenido noticia de él por una célebre polémica sostenida en el Teatro Larrañaga con un periodista nacionalista, Luis Alberto Thévenet. Luego de su formación liceal en el Instituto Osimani y Lerena de Salto, en diciembre de 1908 se había graduado de abogado en nuestra Facultad de Derecho.
Su gestión ministerial en Justicia e Instrucción Pública, como se llamaba entonces, a partir de 1913, dejó una marca fundamental: logró extender la gratuidad de la enseñanza a la educación secundaria, armó una red de bibliotecas populares y propuso una ley condenatoria del proxenetismo, que marcó un punto de inflexión en el tratamiento de esa penosas explotación, que se había agravado por esos años, con la llegada al país, fundamentalmente de Argentina, de oscuras organizaciones. Al mismo tiempo, durante un año ocupó simultáneamente la cartera de Relaciones Exteriores que luego desempeñaría entre 1916 y 1919 en la presidencia de Feliciano Viera, después de ocupar el Ministerio del Interior.
Desde ese cargo, fue Brum figura fundamental en la visión internacionalista de un Partido que, como el Colorado, siempre miró hacia el mundo. Su Ministerio de Relaciones Exteriores, junto a Juan Antonio Buero, marcaron un tiempo en el rumbo del país, que luego de años de hegemonía británica se aproximaba a los EE.UU., donde Wilson había dejado atrás la diplomacia del «garrote» e iniciaba un tiempo de multilateralismo.
En la línea del planteo de Batlle en 1907 en La Haya en favor del arbitraje obligatorio para la resolución de los conflictos internacionales, Brum desarrolló su aplicación en los acuerdos bilaterales que se suscribieron, el primero con Italia y luego con otros países.
En las grandes conflagraciones, marcó también una línea inequívoca de solidaridad democrática. Ante el anuncio de Alemania de guerra submarina, en la 1ª. Guerra Mundial, Uruguay -Brum Ministro- protesta porque «viola derechos indiscutibles de los neutrales y agravia a la humanidad«. Cuando EE.UU. finalmente rompa relaciones con Alemania, el mismo Brum le envía un mensaje de solidaridad, diciendo que aunque mantiene su neutralidad, porque no actúa como beligerante, reconoce «la justicia y nobleza de los sentimientos que en este emergencia han guiado al Presidente Wilson«. Se acuña un concepto que luego llegará a la 2ª. Guerra Mundial: somos neutrales porque no participamos en las hostilidades, pero «no somos indiferentes ni imparciales«.
Otro aporte fundamental de Brum a la llamada Doctrina Uruguaya de solidaridad americana, fue definir que ningún país americano que defendiendo su derechos se hallara en guerra será tratado como beligerante, en el entendido de que el agravio inferido a un país del continente será considerado como tal por todos. Esto se asocia a la idea del Panamericanismo, del que Brum fue un fervoroso sostenedor, pese a las diferencias que se produjeron por algunas intervenciones militares norteamericanas. Expresión simbólica de esa orientación es la visita que Brum hace a los EE.UU. en julio de 1918, a bordo del crucero Montevideo de nuestra Armada, que realiza un largo periplo por varios países de América.
Este panamericanismo nunca se sintió como contrario a una idea multilateral, como lo significó la participación uruguaya en carácter de fundador, en 1918, de la Sociedad de las Naciones.
Llegó a la Presidencia en 1919, estrenando la nueva Constitución de Poder Ejecutivo bicéfalo, que solo le dejaba los Ministerios de Interior, Defensa y Relaciones Exteriores. Fue un magistrado ejemplar, pese a las enormes dificultades que se dieron entra la Presidencia y el Consejo, en virtud de las divisiones políticas de los partidos. En el último día de su mandato, el 29 de febrero de 1923, hace cien años, inauguró el monumento a Artigas de la Plaza Independencia.
Cuando deja la Presidencia, pasa a codirigir el diario El Día, con César Batlle Pacheco, hasta 1929, en que integra el Consejo Nacional de Administración, la otra rama del Ejecutivo. Volvió allí a marcar su impronta en el tema de la tierra, en la vivienda (hasta presidió un corto lapso el Banco Hipotecario) y muy especialmente en la condición jurídica de la mujer, con un gran proyecto sobre su derecho al voto, que no se consagraría sino dos décadas después.
Valga esta sucinta relación, que podría abundarse con proyectos e iniciativas muy variadas, como testimonio de ese Brum gobernante, hombre de Estado, que recorrió todos los espacios de la administración, con la misma solvencia y creatividad. Ella se añade a su fervorosa militancia colorada, con esa visión superior, que compartió con Don Pepe, para configurar el Estado Batllista que hasta hoy singulariza a nuestro país.