Columna de Opinión
Por Anailen Nassif Gopar – CEO – Uruguay30
El voto es, en esencia, un acto de confianza. Un ciudadano elige y pone de manifiesto que determinadas personas, grupos o ideología, merecen su apoyo para realizar y llevar adelante acciones y actos basados en la democracia y las leyes.
ENTRE EL BUFFET Y LA CARTA
Esta instancia -votar- es la que habrá de atravesar nuestro país, pero vale decir que las etapas están siendo un poco mal explicadas o comunicadas: por beneficio, por resultado, por búsqueda de apoyos o porque es difícil atraer al electorado. En junio no se elegirá presidente ni intendente. La instancia de las elecciones internas de los partidos políticos es algo así como poder asistir, libremente, a un restaurante con buffet: desde carnes variadas, platos fríos y calientes, ensaladas, postres; una mesa con muchas opciones. Y esas opciones, después, se van a reducir: la próxima vez que vayamos a ese restaurante lo haremos a fuerza de derecho y obligación y el menú ya no será buffet: será a la carta. Los que fueron al buffet dejaron lo que podremos elegir en la carta. Y allí sí vamos a elegir Presidente.
Lo de elegir intendente será posterior. Tiene otras etapas y de hecho es en otro año. Y aquí la confusión. Las ofertas buffet de hoy son «fulano, fulana, intendente» confundiendo etapas, acarreando voluntades y perdiendo de vista el orden de los hechos. ¿Es importante votar en las elecciones internas? Si. ¿Marca una agenda que también repercutirá en las elecciones para intendente? Si. Pero hay algo interesante aquí que amalgama y pegotea los discursos, las ideas, las formas e incluso las tendencias, tanto en lo nacional como en lo departamental, y son las promesas.
RADIOGRAFÍA DE UN MOMENTO
Ya hemos pasado el tiempo del diagnóstico. Cómo está el país, las cosas, la realidad, qué pasa, cómo pasa, dónde pasa. Todo eso ya lo escuchamos y ahora estamos presenciando el momento de las promesas. No subir impuestos (los combustibles son una especie de obsesión), intensificar la reforma educativa, mantener el nivel de vida, reducir el delito, achicar la burocracia (porque nadie se anima a decir que quiere «achicar el Estado»), fomentar el emprendedurismo, y así ad infinitum.
CHARLY Y EL OÍDO ABSOLUTO
Se promete en grande y en chiquito. Por redes y en la oreja del posible votante. En público y cuando un uruguayo se arrima a un político. El problema de las promesas es el tiempo: ni siquiera la concreción, la mentira o el incumplimiento. Son como promesas sobre el bidet.
«Promesas Sobre el Bidet» es una canción escrita y compuesta por Charly García. Allí se describe una relación complicada y algo confusa entre dos personas. En portales dedicados a la música se explica que «el protagonista le pide a su amante que deje de hacer promesas que tal vez no pueda cumplir, y que deje de abrir sobres que no le pertenecen. El cantante promete esperar a su amante si decide dejar de huir de sus problemas y de sí mismo. El coro cuestiona el comportamiento del amante hacia el protagonista, preguntando por qué lo tratan tan bien y tan mal al mismo tiempo. El protagonista admite que no sabe cómo vivir con este tipo de trato y a veces se siente bien, pero otras veces muy mal, dejándolo con calambres emocionales».(*)
Las personas menores de 30 años no miden el tiempo como los dirigentes y candidatos. Primero porque el promedio generacional de quienes se postulan suelen ser, en nuestro país, de entre 50 y 65 años (por ser generosos) y porque antes de los 30 la vida es ya. No es ni la jubilación, ni la casa propia, ni el trabajo «seguro» que casi siempre es lo más inseguro del planeta. Es el vaivén, la experimentación, la posibilidad de cambiar, de errar y volver a intentar.
Los que tienen entre 30 y 50 años están en plena producción, generación de cosas y viendo que la familia comienza a ser diferente: hijos estudiando, casándose, yéndose, siendo otros. El tiempo de esa veintena de años es rápido, urgente en las necesidades y demasiado hormonal como para esperar realizaciones que demoren más de 3 años.
De 50 años para arriba: hoy es ahora, ahora es esta mañana y ayer no hay manera de repararlo. Para adelante se aspira a caminos tranquilos, disfrutables, poco poceados y habiendo escuchado todas las promesas habidas y por haber en los 50 años anteriores. ¿Se quieren jubilar? Tal vez, pero ya saben que la gloria en camiseta no existe y será complicado sentarse en la vereda.
ENTONCES: ¿PARA QUÉ PROMETER?
No faltará quien haga la analogía con el «efecto Milei» en Argentina. Si algo tuvo en la campaña y que mantiene en su etapa como gobernante es la coherencia de hacer lo que dijo en campaña y eso que dijo es lo que votaron la mayoría de los argentinos. Pero es otro país, otra idiosincrasia, otra realidad, no es objeto que uno pudiese medir para copiar o imitar. Y la verdad es que se escuchan algunas expresiones en tierras orientales que son temerarias.
¿Por qué se promete? Porque se busca un resultado y porque siempre es más fácil que proponer.
Una propuesta requiere compromiso entre partes y tiene una carga mucho más delicada de llevar y realizar. La RAE define «Propuesta» como «proposición o idea que se manifiesta y ofrece a alguien para un fin». Aquí es donde la sociedad toda tiene un desafío: dejar de aceptar promesas hechas sobre el bidet para sentarse a compartir propuestas, analizadas y ejecutadas para un bien común. Si un político o dirigente accede al cargo que aspira a fuerza de promesas, que las cumpla o no será cuestión de él. Ahora, si ese mismo dirigente o político lo hace mediante propuestas, el resultado es responsabilidad compartida. Un votante que puede fiscalizar y una colectividad política que debe responder.-
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